sábado, 16 de julio de 2011

Momentos


El problema fundamental es no tener un reloj, preferiblemente en la cabeza, que te pueda marcar los segundos uno a uno: Clac, clac, clac, clac. Sólo así, la perfecta vida del inocente podría ser quebrantada fácilmente en muchos pedacitos, estructurando cada momento, volviéndose cada uno más valioso y único, o al menos así es como “ellos” (racionales) nos venden esta forma correcta de vivir, de pensar, de.... Afortunadamente todos aquellos quienes posean esta facultad de fragmentar sus vidas, están salvados, pero para quienes no contamos con este artefacto, la vida nos es agotadoramente infinita, estresantemente agitada y repulsivamente incierta y caótica.

Sin embargo, y paradójicamente, la importancia de cada clac, clac del reloj no proviene como pensarían algunos románticos: de la muerte, de la finitud del ser; sino que cada segundo adquiere en nosotros un significado por la posibilidad de acción, de decisión. Es por esto que para quienes son capaces de dibujar su propia vida en un papel milimetrado están condenados a fumar cigarrillos excesivos de pensamientos fatigantes, a padecer de tensiones sexuales sin placer alguno, a sufrir de desesperantes melodías en sus oídos, a soportar terribles y absurdas aflicciones estimuladas por gestos y palabras sin sentido y sinrazón, conversaciones y ademanes de cortesía, y demás enfermedades y vicios para un cuerpo sin ánima.

Para los otros, esos entes que viajamos en autos desbaratados y sin rumbo, un minuto puede ser mágicamente proyectado al infinito, claramente es un viaje sin velocidad (sin tiempo), o éste está presente pero nunca realmente se es consciente de eso: un choque entre razón y consciencia, esos que causan estruendos, relámpagos y tempestades, se puede escuchar cada sonido como piedritas golpeando suavemente el techo, un aguacero lleno de lágrimas que tienen voz, crujidos que rozan y rozan por doquier, como polvo de estrellas cayendo encima nuestro, se puede apreciar y se puede palpar cómo cada una de las infinitas gotas que como si juntas fuesen un inmenso chorro, una a una empapan posiblemente una herida mortal, una llaga que muy probablemente siempre estuvo allí pero que no valía la pena preocuparse en mejorar, todo siempre, por huir precipitadamente de 2, 4, 8, 16, etc., pero nunca 5 ni 3 barreras que asustan y que acobardan, y que entre saltos y saltos llenos de sufrimientos que desangran poco a poco lo inevitable (para nosotros ingenuos de lo correcto obviamente), una cantidad abundante de gotas rojas, casi un chorro brotando del vientre hacen que los saltos se vuelvan pasos y que el romántico no esté tan equivocado, y el inocente, por su condición natural de rebelde complaciente mientras da algunos de sus últimos pasos antes de la fatal y bella caída, derrota de aquella batalla metafísica, pueda imaginar y por tanto vivir, algún beso final, en medio de la guerra o afuera en la calle, en medio de una tormenta, lo más absurdo posible para que pueda ser insignificante y a la vez significarlo todo, una muerte solemne.

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