Y al final me quedo con las risas, son las risas las que me
llenan, porque son risas que no se dan por si solas, que son mis códigos,
secretos patrones que sólo algunas pueden identificar, y eso es bonito, porque
es química.
Es allí donde me cuestiono y me doy cuenta que sólo funciona
si yo doy de mi parte, si yo pongo esa cara chistosa y rara que sólo está allí
para ver la de ella, para identificar su bello rostro y sobretodo sus facciones,
su movimiento de brazos o si están quietos, si se toca el pelo si los pone en
sus piernas, sus narices y pulmones que denotan la respiración, sus ojos
abiertos o semicerrados, parpadeantes o quietos, sus cejas, su ceño, en el
fondo su estado anímico, sus pensamientos, sus emociones que me permiten
incluso adentrarme en un presunto pasado, en una presunta historia, pero que
sin irme muy lejos no pierdo de vista mi objetivo principal, porque no
descansaré hasta ver su sonrisa: falsa o real, por decencia, por decepción, por
incomodidad, por amistad, carcajada, sonrisa de burla, sonrisa nerviosa, sonrisa
sexy, sonrisa fingida o si no hay sonrisa. Personalmente prefiero la carcajada,
pero en realidad no importa, no me importa si no hay sonrisa, porque lo que
realmente importa en una sonrisa es el gesto que inmediatamente después acompaña
a ésta, es allí donde mis ojos se abren y mi cerebro, mi mirada se enfocan en
todo movimiento, todo respirar o suspirar, toda cara de vergüenza o de encanto
o incluso una mirada, como si algún perfume en ella que yo empezara a detectar
porque el momento ha hecho que en mí se haya activado este sentido del olfato y
esté en busca de algo, de esa química que tanto me es fundamental, esa esencia
que se forma sólo entre dos y que no es entre cualesquiera dos.
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