En medio de su desespero inútil
por encontrarse, ella busca razones para seguir en este mundo: nuevo marido,
nuevo vestido, nuevo trabajo, viajes y un hijo, porque todavía goza de la
inocencia de no saber que está destinada a sufrir toda su vida, un camino que
sólo conducirá al suicidio.
Desde niña quizás se dio cuenta,
pero su terquedad le impide ver lo que siempre se ha sabido.
Ahora es una arpía insensata que lucha por ser fuerte, ignorando su ignorancia. Una triste y sufrida mujer que deambula
en las madrugadas por las calles de adoquín y se tambalea frente a otros
borrachos, tristes almas que seduce de vez en cuando y despelleja poco a poco
cuando con besos y conversaciones amenas se gana su confianza.
Pobres muchachos rotos, jóvenes
que en mil pedazos explotaron a lo largo de una serie de venganzas de ella
contra la vida, de ella contra ella misma, contra la historia de su primer
amor, que le resuena en la cabeza como un golpe de gong desde hace ya varios siglos,
una venganza contra su propia vida, una lucha infinita de persona a conciencia,
¿pero quién no ha tenido una de esas?…
De vez en cuando se ven por ahí
unos dos o tres pájaros negros, revoloteando y al acecho de un cadáver que
pronto caerá sobre la tierra o sobre el barro, porque “polvo eres y en polvo te convertirás”, frase de su dios que le ha
abandonado, o que no la ve porque está ocupado. Cegado.
Falta una carta y será la de su
derrota, como de un porrazo sus rodillas golpearán el suelo, pellizcos,
rasguños, todos esos dolores que incomodan pero que no matan, mil agujas de
sufrimiento, mil tropiezos por su desvelo, mil dolores por sus recuerdos,
remordimiento.
Un gallinazo, dos gallinazos,
tres, cua…
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